El impacto de la asignación por hijo

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Página 12, 28.03.12-  Por Daniel Filmus

Un intento de desprestigiar

En los últimos días hemos asistido a un nuevo intento de desprestigiar y menospreciar uno de los avances más importantes que en materia de políticas sociales ha impulsado el gobierno de Cristina Kirchner: la Asignación Universal por Hijo (AUH). Ya habíamos escuchado argumentos según los cuales este apoyo a las familias de escasos recursos era derivado al alcohol y a la droga, pero ahora el intento de desvirtuar el sentido de esta política llegó más lejos. El ministro de Salud de Corrientes, por ejemplo, señaló que “algunas chicas se embarazan porque tienen un recurso económico como premio”. Grave afirmación de quien tiene la responsabilidad de prevenir el embarazo infantil y en su lugar recomienda la eliminación de la AUH. Así no tendrían incentivo para embarazarse. Hace pocos días hemos visto otro intento de desacreditar la AUH en las páginas del diario La Nación. Este matutino cubrió con gran despliegue una investigación realizada por el Observatorio de la Educación Básica Argentina bajo el auspicio de la Fundación Banco Santander Río, titulado “Bajo impacto de la AUH en la escuela”. Esta investigación es reproducida por el diario Clarín al día siguiente: “Cuestionan la eficiencia escolar de la Asignación Universal por Hijo”. Como no hemos podido acceder al texto que originó la versión periodística, analizaremos algunas de las informaciones que se brindan en la nota. Empecemos por los datos de la escolaridad primaria. Afirma quien presentó la investigación que “el 99,6 por ciento de los chicos de 6 años concurren a la escuela”. Es verdad, en nuestro país casi todos los chicos en edad escolar concurren a la escuela primaria (es lo que muestran los censos), que es prácticamente una de las más universales del mundo. Ahora bien, si casi todos los chicos van a la escuela primaria, la evaluación del aporte de la AUH en este nivel no se puede realizar a partir de cuánto mejoró la matrícula, sino de los aspectos cualitativos que un mayor ingreso de la familia aporta respecto del aprendizaje (alimentación, útiles, abandono de tareas familiares, mayor dedicación a la escuela, etc.). Sobre estos aspectos, por ejemplo, existe una muy buena investigación de seis universidades públicas que muestra importantes avances respecto del presentismo, cambio de hábitos y rendimiento de los alumnos. Sin embargo, el propio artículo afirma que el “reingreso en el nivel primario es del 13 por ciento”, lo que no parece ser poco exitoso. No queda claro el 13 por ciento de qué universo, pero seguramente sumado al 99,6 de chicos que ya concurrían, nos da más del 100 por ciento, lo que matemáticamente es imposible. Ahora bien, sabiendo que las estadísticas escolares del nivel medio son precarias para analizar cambios en los comportamientos educativos en cortos tramos de tiempo, ¿es posible aproximarnos a analizar el impacto cuantitativo de la AUH? En este punto quizá lo más serio sea recurrir a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Como ya hemos señalado, hasta los 14 años la escolaridad es prácticamente universal. ¿Qué pasó a partir de los 15 años? La EPH muestra que, entre el primer trimestre del 2009 (año en el que comienza la AUH) y el 2011, la cantidad de jóvenes de 15 a 19 años que sólo estudian se incrementó en 258.675. En cambio, los que trabajan o buscan trabajo y estudian al mismo tiempo descendieron en 62.300, y los que trabajan o estaban desocupados y no estudiaban también disminuyeron en una cifra cercana a los 118.220. Por lo tanto, no es difícil inferir que la AUH permitió un retiro de muchos jóvenes del trabajo precario o de la desocupación para dedicarse plenamente al estudio. Otro dato permite corroborar esta hipótesis: la población económicamente activa (PEA) de esta franja etaria, o sea la que tiene predisposición a trabajar y buscar trabajo, después de mantenerse relativamente estable en el período 2003/2009, entre el 2009 y el 2011 descendió vertiginosamente 5,9 puntos porcentuales (de 24,7 a 18,8 por ciento), mientras que en el resto de la población no sufrió movimientos. Un tercer dato, que también puede extraerse de la EPH del 2011 es que, si tomamos las edades en que los jóvenes asisten al secundario (13 a 18 años), el porcentaje de quienes asisten a la escuela ascendió de 84,9 a 88 por ciento en los últimos dos años. Si a este último dato le sumamos los que ya la terminaron, llegamos al 90 por ciento. No hay otra razón para explicar este inédito cambio de comportamiento entre tantos jóvenes en sólo dos años que no sea el hecho de que recibir la AUH les permite abandonar el trabajo o la búsqueda del mismo y reinsertarse en el sistema educativo. También hay que señalar que una porción menor de estos jóvenes que se retiraron del mercado del trabajo por recibir la AUH no se ha logrado integrar en la escuela (33.859): se trata de mujeres que se dedican al trabajo hogareño, por lo que es necesario estudiar políticas específicas para este sector. Sintetizando, se trata de poco tiempo y de precariedad de instrumentos para evaluar en toda su dimensión los diferentes aportes educativos de la AUH. A pesar de ello, los datos con los que ya contamos permiten evaluar un importante aporte tanto cualitativo como cuantitativo de la AUH en la escolaridad de niños y jóvenes. Sin lugar a dudas, se trata de una de las políticas sociales más distributivas que ha encarado el Estado argentino en toda su historia. Sabemos que hay sectores que añoran disponer de esos recursos y pretenden que se dirijan nuevamente hacia los grupos de privilegio y la concentración económica, y no hacia quienes más los necesitan. Hay mucho para mejorar en una política universal que recién comienza, bienvenidas las investigaciones serias y las críticas constructivas que ayudarán a transitar este camino. No es el caso de los artículos periodísticos a los que hemos hecho referencia.